La economía circular ha pasado de ser una idea emergente a una prioridad en múltiples agendas públicas. Gobiernos de todo el mundo han comenzado a institucionalizarla mediante políticas, hojas de ruta e instrumentos regulatorios. En América Latina, podemos mencionar dos esfuerzos significativos: Chile, con su “Hoja de Ruta Nacional a la Economía Circular 2040”, que establece una visión país con metas específicas de productividad de materiales, generación de empleo y reducción de residuos; y México, que adoptó recientemente la Estrategia Nacional de Economía Circular (ENEC), vinculando a sectores como manufactura, agroindustria y gestión de residuos con políticas de innovación y eficiencia de recursos.
Estos esfuerzos reflejan una tendencia más amplia: la economía circular se ha convertido en un concepto clave para articular iniciativas de sostenibilidad ambiental, desarrollo económico y transformación industrial. Sin embargo, bajo esa popularidad creciente subyace un fenómeno menos visible pero crítico: su fragmentación conceptual. Según el estudio “Conceptualizing the Circular Economy (Revisited)” de Julian Kirchherr et al. (2023), que analiza 221 definiciones académicas recientes, la economía circular es hoy una noción tan consolidada como disputada. El documento revela una tensión estructural entre la necesidad de una visión común y la diversidad de enfoques que buscan adaptarla a diferentes contextos, sectores e intereses.
¿Un árbol con muchas ramas o una maraña conceptual?
El análisis longitudinal de Kirchherr y su equipo parte de una pregunta central: ¿ha habido progreso hacia una definición más consensuada de economía circular desde 2017?
La respuesta es compleja. Por un lado, hay una consolidación en torno a algunos principios clave como la reutilización y el reciclaje, mencionados en más del 70% de las definiciones. Pero al mismo tiempo, emergen nuevos “brotes” conceptuales que reflejan enfoques más radicales o contextuales, como la necesidad de una transformación sistémica de las cadenas de suministro, o el énfasis en cuestiones sociales y de justicia intergeneracional. Este patrón de consolidación y diferenciación simultánea se asemeja a un árbol que refuerza su tronco mientras desarrolla ramas cada vez más diversas y especializadas.
Este fenómeno es típico en conceptos emergentes: conforme ganan tracción, se amplía su campo semántico y de aplicación. Sin embargo, también se generan tensiones entre quienes buscan operacionalizar el concepto con fines normativos o técnicos y quienes lo exploran como marco teórico. Esta disputa está latente en las distintas definiciones analizadas, algunas de las cuales se enfocan en la gestión de materiales, otras en la transformación del modelo económico, y otras en metas más amplias de equidad y sostenibilidad.
Más allá de las 3R: complejización de los principios fundacionales
Aunque los marcos 3R (reducir, reutilizar, reciclar) y 4R (que incorpora recuperación) siguen dominando las definiciones, hay una progresiva complejización de los principios fundacionales. El estudio identifica menciones crecientes a conceptos como regeneración, restauración, energías renovables y ciclos técnicos y biológicos, que reflejan una adopción del enfoque sistémico promovido originalmente por la Fundación Ellen MacArthur. Esta evolución sugiere que la economía circular está incorporando gradualmente elementos de economía ecológica, diseño industrial regenerativo y ecología industrial, lo que amplía su potencial transformador, pero también hace más difuso su alcance operativo para los actores no especializados.
Además, aumentan las referencias a marcos jerárquicos de manejo de residuos —como la pirámide de preferencia—, así como la aparición del concepto de “rechazo” (refuse) como parte de estrategias preventivas. Esta diversificación refleja un campo en maduración, pero plantea desafíos para la implementación coherente de políticas o estrategias empresariales que se adhieran a una taxonomía única.
Economía circular y desarrollo sustentable: un matrimonio imperfecto
Uno de los hallazgos más relevantes del estudio es el incremento significativo en las definiciones que vinculan directamente la economía circular con el desarrollo sustentable. Si en 2017 solo el 11% de las definiciones lo mencionaban como objetivo explícito, en el nuevo análisis esta cifra sube al 31%. Esto sugiere una evolución hacia una comprensión más integral del concepto, pero también plantea interrogantes:
- ¿La economía circular puede realmente conciliar crecimiento económico con sostenibilidad ambiental?
- ¿Estamos ante una estrategia de eficiencia material, o frente a una propuesta de reorganización estructural de la economía?
Además, una novedad importante es la incorporación de la dimensión temporal en las definiciones, con menciones explícitas a “las generaciones futuras”. Esto refuerza la conexión con el principio de sostenibilidad intergeneracional y abre espacio para investigaciones prospectivas sobre “futuros circulares”, aún poco exploradas pero cada vez más necesarias.
También se incorporan tensiones nuevas, como el debate sobre si la economía circular debe servir como vehículo para el decrecimiento económico o si puede facilitar una forma “verde” de crecimiento. Algunos enfoques emergentes integran la idea de desacoplamiento entre crecimiento y extracción de recursos, mientras otros cuestionan si ese desacoplamiento es técnicamente viable o deseable. El concepto, en este sentido, funciona también como un campo de disputa ideológica.
Los habilitadores: de consumidores informados a sistemas políticos articulados
Otro cambio sustantivo identificado en el estudio es la expansión del campo de actores considerados clave para la transición circular. Si antes se enfatizaban principalmente a los consumidores y modelos de negocio, hoy también se destacan:
- Políticas públicas activas (mencionadas en 17% de las definiciones)
- Productores y distribuidores (52%)
- Academia y ciencia (aunque menos frecuente, ya empieza a aparecer)
- Tecnología y capacidades organizacionales, aún emergentes, pero con potencial estratégico
Este nuevo panorama de habilitadores revela un entendimiento más maduro de la economía circular como proceso sistémico que requiere cooperación entre múltiples escalas y sectores. No obstante, persiste una brecha entre lo conceptual y lo operativo: muchos de estos actores aún carecen de incentivos claros o capacidades instaladas para actuar coordinadamente.
Además, el concepto de escalamiento se destaca como una condición crítica para que las prácticas circulares superen el ámbito experimental o de nicho. Implementar soluciones circulares a nivel sectorial, territorial o transnacional requiere capacidades institucionales, arreglos de gobernanza multinivel y métricas compartidas. Estos elementos aún son escasos o incipientes en la mayoría de los marcos regulatorios actuales.
Economía circular como sistema regenerativo
Un hallazgo importante es la creciente frecuencia del término “regenerativo” (25% de las definiciones en 2022), en contraposición con las versiones más mecanicistas o instrumentales del concepto. La economía circular deja de ser vista como una simple gestión avanzada de residuos para transformarse en un modelo económico alternativo, enfocado en restaurar capital natural, social y económico a lo largo del tiempo.
Este giro conceptual se acompaña también de un mayor énfasis en la perspectiva de largo plazo, el reconocimiento de los derechos de las generaciones futuras y el cuestionamiento explícito a la noción de crecimiento ilimitado. En este marco, aparece una visión más estructural, donde el cambio no se limita al rediseño de productos o flujos de materiales, sino que abarca nuevas formas de organizar la producción, el consumo y la gobernanza.
Es también aquí donde el concepto de economía circular empieza a converger con otras corrientes críticas de la economía lineal, como la economía del bienestar, el decrecimiento o la bioeconomía. Esta intersección temática plantea nuevos desafíos teóricos y prácticos, pero también nuevas oportunidades para integrar visiones más holísticas del desarrollo.
Escalabilidad e integración: desafíos de implementación
Aunque las definiciones recientes de economía circular incorporan una amplia gama de habilitadores y objetivos, el estudio revela que el concepto aún enfrenta dificultades para su implementación a escala sistémica. Si bien existen numerosos pilotos, marcos normativos y estrategias empresariales en desarrollo, la transición circular global sigue siendo marginal: el planeta solo es un 8.6% circular (según el último Circularity Gap Report). Esto sugiere que la economía circular aún no ha superado su fase experimental y que requiere estrategias de escalamiento e integración multisectorial, capaces de alinear políticas públicas, cadenas productivas y comportamientos sociales.
Al mismo tiempo, el concepto presenta potencial para diseñar transiciones más robustas. Las experiencias pioneras a nivel territorial —como las zonas industriales ecoeficientes o las estrategias sectoriales en manufactura avanzada— muestran que es posible construir entornos habilitantes que permiten pasar del piloto a la política pública, siempre que existan capacidades locales, financiamiento y compromiso intersectorial.
¿Un concepto para gobernar o para investigar?
La divergencia conceptual también plantea una pregunta política clave: ¿la economía circular debe ser un término normativo para guiar políticas públicas o una categoría analítica en constante revisión? El riesgo de convertirla en una “buzzword” desprovista de contenido sustantivo es real, especialmente cuando se utiliza sin definir criterios operativos claros o sin adaptar el concepto a realidades locales. En ese sentido, es vital que las comunidades académicas y de política pública construyan puentes entre el rigor conceptual y la aplicabilidad práctica, articulando versiones del concepto que sirvan tanto para la formulación de estrategias como para la evaluación de impactos.
El estudio advierte que, si bien la diversidad es útil para adaptar la economía circular a distintos contextos, una excesiva ambigüedad puede socavar su utilidad como instrumento de gobernanza. Así, mantener una base conceptual común —aunque abierta a ajustes— se vuelve esencial para coordinar esfuerzos entre actores y sectores.
Hacia una definición útil y compartida
Una de las contribuciones más valiosas del artículo es la propuesta de una meta-definición integradora:
“La economía circular es un sistema económico regenerativo que requiere un cambio de paradigma para reemplazar el concepto de ‘fin de vida útil’ por la reducción, reutilización, reciclaje y recuperación de materiales a lo largo de la cadena de suministro. Tiene como objetivo mantener el valor, promover el desarrollo sustentable y generar calidad ambiental, desarrollo económico y equidad social, en beneficio de las generaciones presentes y futuras. Su implementación depende de una alianza entre industria, consumidores, formuladores de políticas, academia, e innovación tecnológica.”
Esta definición no clausura el debate, pero sí ofrece un marco robusto para seguir pensando, investigando y construyendo acción colectiva.
La circularidad como campo de exploración continua
La economía circular es más que un conjunto de prácticas o una estrategia de eficiencia: es un marco en disputa, en evolución, con múltiples implicancias éticas, políticas y económicas. Comprender su dinamismo es esencial para evitar la trivialización del concepto y para orientar políticas públicas, modelos de negocio e investigaciones hacia una transición justa y sistémica.
Explorar, tensionar y revisar constantemente lo que entendemos por “economía circular” es parte de su propia circularidad conceptual. Solo así podremos asegurar que el término siga siendo útil, pertinente y transformador.
Autor: Pablo Astete Morales
Fuente: Conceptualizing the Circular Economy (Revisited), An Analysis of 221 Definitions – J. Kirchherr et al. (2023)